El siete de enero, mis tíos y yo fuimos a un pueblito cerca de Malinalco en el Estado de México llamado San Nicolás. La camioneta iba cargada de juguetes para, aproximadamente, 300 niños. En el camino hicimos cuatro paradas, la primera en casa de una señora llamada Rosa que vivía en Neza y se fue a vivir ahí a raíz de su segundo embarazo y mala situación económica. En la pequeña casa viven cuatro niños: uno de cinco años, una niña de ocho y dos bebés de uno y dos años respectivamente. Rosa además está embarazada. Viven también la abuela y la bisabuela y el marido. Rosa tiene 17 años.
La segunda parada fue en casa de la señora Aida. En la casa viven ella, su marido, la abuela y dos niños de 3 y 6 años. La casa es casi una casa de palitos y maderillas. En las fotos no se puede ver, pero su calzado consistía en un tenis del papá y un croc medio roto, eso en el niño, la niña llevaba el otro croc y una sandalía vieja de la madre. Les dejamos juguetes, ropa y zapatos nuevos. También a la mamá y a la abuela les dejamos ropa. Los niños estaban tan emocionados que corrieron hacia la casa con los ojos brillantes. A mitad de camino, sin embargo, se regresaron a darnos las gracias de manera efusiva.
La tercera parada fue en una casa donde varios niños trabajaban desgranando maíz. Antes de llegar vimos a algunos niños montados en caballo o trabajando en los campos. Niños pequeños, ninguno mayor de los 12 años. En esta parada conocimos a Jesús, un niño con la carita quemada por el frío y la cal, pues trabaja con cemento, ayudándole a su padre. Llevaba un palo a manera de bastón y en verdad te partía el corazón solo verlo. Los niños que desgranaban maíz tenían entre 3 y 5 años.
La última parada fue en los lavaderos de la comunidad. A gritos y voces, los niños se juntaron para recibir juguetes. Se fue todo en menos de quince minutos. Los listillos sin embargo se formaban dos veces para recibir más y entre tanto niño era imposible distinguir si ya les habías dado juguete o no. Además la forma en que te lo pedían era como miles de bocas abiertas. Las señoras, medio gandallas, pedían para "sus nietos que estaban en la casa" o para sus "otros dos hijos que se fueron al monte" vaya usté a saber si era cierto o no, pero la mayoría escondía los juguetes de sus hijos para que les volvieran a dar, lo cual no era justo pues hubo niños que se quedaron sin juguete.
Otra cosa que me impactó fue ver tantas señoras con seis o siete hijos y además, embarazadas. La calidad de vida que llevan es muy baja y en vez de tener un hijo o dos y usar toda su fuerza para mantenerlos bien, tienen 8 o 9 hijos en pésimas condiciones. Los bebitos me partían el corazón, pues aunque hacía frío, las cobijas y la ropa eran muy ligeras y la mayoría tenían problemas respiratorios por consecuencia. Muchos tenían las mejillas quemadas por el frío o simplemente usaban el uniforme de la escuela a la que iban como ropa del diario, pues no tenían otro cambio. Y bueno, después de ver a esos niños uno no puede evitar voltear a ver al gobernador del Estado. En verdad, por ese copetón de mierda yo no voto.
Este es el paisaje invernal al rededor de las 10 de la mañana.
Como se ve, aún hay escarcha de la noche anterior
La primera parada con Rosa, las tías le preguntan quien vive en casa.
Una parte de las pelotas que regalamos
La segunda para con la señora Aída y sus dos niños. Aquí viven todos.
La nena con su nueva muñeca.
Esa muñeca, por cierto, se la regalé hace unos años a mi abuelita y no pudo caer en mejores manos.
El niño y la nena con sus juguetes.
Tercera parada, uno de los niños que desgranaba maíz y su nuevo caballito de madera
Cuarta parada, en los lavaderos. Niño con juguete y sudadera nuevos.
Niñas en los lavaderos
Otro par de niñas en los lavaderos
Por desgracia, no alcanzaron los juguetes
Muchos tienen el pelo rapado, incluídas niñas, porque tienen problemas en la piel y de piojos
El 30 de abril volveremos a llevar juguetes, aunque me da la impresión de que nunca serán suficientes.
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