viernes, mayo 10, 2013

Otra del Rey Lear


Invocaron al rey y se levantó de la tumba




Por: Martín Solares

Debo a la conjunción de una niñera y dos boletos de teatro el descubrimiento del nuevo Rey Lear: la versión traducida, adaptada y dirigida por Hugo Hiriart en el foro Sor Juana Inés de la Cruz de la UNAM. Gracias a la generosidad de un amigo logré asistir a una de las últimas representaciones de la obra, aunque no había boletos hacía semanas. Y el milagro ocurrió.
El fondo del foro se pintó de un color tan oscuro como el final de la vida de Lear, y sobre él se proyectaban imágenes de escarabajos e insectos tan pronto las hijas malas de Lear entraban en escena, la imagen de un castillo parecía resquebrajarse con cada decisión del monarca, un pez se encontraba tan feliz en el agua como el traicionero Edmundo al realizar sus actos más viles. Hiriart, que ha desarrollado este minimalismo inquietante en sus obras de teatro recientes, demuestra con este recurso que si contamos la batalla entre dos grupos de leones, el paisaje pasa a segundo plano. En esta versión de El Rey Lear, el paisaje enriquece con sus comentarios visuales las tragedias de los vivos. 
La concisión de esta adaptación, multiplicada por la intensidad y honestidad de las actuaciones me llevó de escena en escena como si hubiera presenciado un sueño o una tormenta. Fueron igualmente eficaces la hija entrañable (Frida Castañeda) que las hijas malvadas (Fabiana Perzabal y Sonia Franco); el hijo traidor (Tomás Rojas) que el amigo leal (José Carlos Rodríguez). Ese momento en que el bufón (Álvaro Guerrero) y el rey cantan una canción es extraordinario, pero también lo es la batalla entre dos espadachines, capaz de crear en un par de minutos infinita tensión: pensé en la escena final de Yojimbo, donde, luego de estudiarse durante un largo instante, los samurais que se enfrentan resuelven la historia principal con un solo movimiento de sus sables. Incluso el más quisquilloso saldrá satisfecho al ver este único choque de espadas.
Dice Fernando Savater que para que una historia funcione se requiere de dos cosas muy bien construidas: un amigo fiel y un enemigo implacable. Por algo impresiona tanto ese triángulo que forman el rey Lear y su bufón, en el lado amistoso, y el rey y el malvado Edmundo, en el lado siniestro. Son subyugantes aquellas escenas en que el bufón susurra la verdad al viejo rey, sin que este sepa escucharla, y por supuesto, el espectáculo del hijo envidioso, que acarrea la muerte de más de uno con su ambición. Con el peso que asigna a estas zonas de la historia el director nos recuerda a qué grado la envidia y la traición son dos de las avenidas que recorren la obra de Shakespeare.
Como lector de Hiriart, lo que más me sorprendió fue la destreza con que el escritor redujo la obra original a sus líneas esenciales y la adaptó y reescribió con prosa personal, eficiente, divertida y modesta. Lograr que personajes que hemos visto en tantos montajes acartonados se expresen, por fin, en un español no sólo creíble sino de una potencia inaudita, mas la presencia de un narrador que habla con prosa inventiva y punzante son para mí dos de los logros principales de esta versión. Al seguir este combate que se desarrolla palabra a palabra uno tiene la impresión de estar frente a un exquisito palimpsesto: un escritor del siglo veintiuno le da vida sin ningún complejo a un poeta del siglo dieciséis, mediante el hechizo de la literatura. Espero que esta adaptación, en cuya traducción trabajaron arduamente Mariana Orantes y Enrique Alducin, sea publicada pronto, pues nos permite ver con vida a un grupo de fantasmas del siglo XVI, y sobre ellos, al fantasma de Shakespeare, más vivo y brillante que nunca. Con su montaje de El Rey Lear Hiriart hace un largo recordatorio a quien goce o vaya a gozar del poder. Todo pasa, nos recuerda Hiriart: los extremos que representan el rey y el bufón no sólo cantan sino que se abrazan e intercambian papeles de un momento a otro, al igual que ocurre con la corona del soberano.
Le pregunté al maestro Germán Jaramillo, que encarna en la obra al rey Lear, qué debió hacer para meterse en la piel de uno los seres más complejos de la literatura, de modo que todo el que entrara al teatro sintiese que estaba frente a un monarca, y comentó que la dirección de Hiriart fue la guía: “Al final todo consistía en adoptar un ritmo que le permitiera a Shakespeare llegar al teatro y hablar a través de nosotros”. Jaramillo sabe que cuando los actores logran revivir a un autor como Shakespeare, los fantasmas somos nosotros: los espectadores. 
No me perdería la oportunidad de volver a ver esta adaptación fantasmagórica del rey Lear y disfrutarla como se comentan las cosas extraordinarias que por azar nos ocurren en la vida. 
 

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