Sobre
las revistas literarias
En mi experiencia, formar una revista de la nada puede ser tortuoso. Uno piensa cómo darle rumbo, cómo salir del paso. El creador de esta revista no me dejará mentir. Y las cosas se desenvuelven al pensar que tal vez sería mejor incluir más textos críticos, que sería bueno un tema o que sería mejor no tener nada y armarla como fuera. No en vano pasan los días en que no sabemos qué hacer de este mamarracho sin sentido ni dirección. Y uno trabaja dos días de cada semana o menos y los demás se nos van como agua, literalmente. Pero gracias a una fuerza divina llamada voluntad, el trabajo hace que la revista literaria crezca. Podríamos decir, a manera cursi, que el mamarracho se convierte en algo bonito y con forma. En este punto podemos ser extravagantes y decir: bueno, bonito y con forma a su manera, digamos que tiene personalidad. Si, la pequeña revista tiene personalidad y eso le augura un buen futuro. Pero no lo mande Dios y termine casada con un odontólogo o peor aún, con un filósofo. Dejémoslo en que tiene personalidad y en que costó trabajo formarla.
En mi experiencia, formar una revista de la nada puede ser tortuoso. Uno piensa cómo darle rumbo, cómo salir del paso. El creador de esta revista no me dejará mentir. Y las cosas se desenvuelven al pensar que tal vez sería mejor incluir más textos críticos, que sería bueno un tema o que sería mejor no tener nada y armarla como fuera. No en vano pasan los días en que no sabemos qué hacer de este mamarracho sin sentido ni dirección. Y uno trabaja dos días de cada semana o menos y los demás se nos van como agua, literalmente. Pero gracias a una fuerza divina llamada voluntad, el trabajo hace que la revista literaria crezca. Podríamos decir, a manera cursi, que el mamarracho se convierte en algo bonito y con forma. En este punto podemos ser extravagantes y decir: bueno, bonito y con forma a su manera, digamos que tiene personalidad. Si, la pequeña revista tiene personalidad y eso le augura un buen futuro. Pero no lo mande Dios y termine casada con un odontólogo o peor aún, con un filósofo. Dejémoslo en que tiene personalidad y en que costó trabajo formarla.
Juan D’Arienzo decía que el tango debe tener
compás, efecto y matices. El compás lo dan los colaboradores, el efecto se lo
regala el diseñador y los matices quedarán trazados tanto por nosotros que
hablamos de las revistas, como por los lectores que dibujaran las formas de los
textos dentro de su propia comprensión.
Pero hay que hablar de los motivos. Los motivos por
los que uno escribe, los motivos que nos impulsan a crear de la nada una
revista, darle un nombre y cuidarla como un niño pequeño. George Orwell en Porqué escribo, enumera cuatro de
las razones por las que cualquiera escribe. Una de ellas es el egoísmo. Pero un
egoísmo que tiende hacia el deseo intenso. ¿Deseo de qué? Cada quien en este
punto puede agregarle lo que quiera: deseo de ser recordado, deseo de hacer
algo por alguien, para alguien o por algo. Claro que
tampoco podemos excluir el goce estético o, dentro de las enumeraciones de
Orwell, el propósito político o el
impulso histórico. Sin embargo creo que llega un momento en que se debe admitir
el egoísmo. El agudo y sencillo egoísmo de un deseo. Debe admitirse por el
mismo gusto de la honestidad al escribir. Si, uno es el estudiante que esconde
sus poemas, que se sonroja por las correcciones de sus textos, que piensa en el
maestro como un todo a seguir ciego y que románticamente cree en el poder de la
pluma. Si uno no acepta sus más hondos y extraños motivos para escribir, corre
el riesgo de tragar y asfixiarse con el sentimiento punzante de la literatura
honesta. Y de repente, los otros están ahí sentados, los que no se admiten egoístas, con
la cara gris, mientras desprecian textos de otros, mueven la cabeza, piden que
todos corten sus alas por la paz de la burocracia, hacen críticas infames y
detenidas en el tiempo, y lo que es peor, no entienden los chistes más
sencillos que ofrecen los libros valiosos.
¿Por qué se
consumen? Se consumen por el egoísmo mismo. Y no me malinterpreten. El egoísmo
que ellos no aceptan tener es aquel que siendo deseo abierto, al condenarlo, se
transforma en pecaminoso afán
.
Así que hay que admitirlo: cuando se crea, hay
algo de egoísmo. Yo puedo hablar de mi propio egoísmo, pero no del de mis
amigos, ni del de ustedes, lectores. Y puedo hablar superficialmente del
egoísmo que se comparte en una revista: los artículos que en ella se presentan forman parte de una idea y un gusto por la creación. Sin embargo, decía
George Orwell al final del texto ya citado, todos los escritores son
vanidosos, egoístas y perezosos, y en el mismo fondo de sus motivos hay un
misterio. En el fondo de los que presentan una revista confío en que haya un
misterio. Incluso el egoísmo profundo y el deseo intenso que lleva en sí la
revista es motivo de misterio. Y confío en que lo haya, porque ya somos, ya
admitimos y nos divertimos bastante con el hecho de ser vanidosos, egoístas y
perezosos. En este punto sólo nos queda dejarnos llevar, tranquilamente y
rompiéndonos a veces la nariz, por la implacable y terrible literatura.
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