Al
ver a un gato sentado sobre el alféizar de la ventana con aparente
concentración y superioridad, recordamos porqué se le ha vuelto objeto
artístico. Sin embargo, el gato es elegante pero también
es torpe y en eso radica nuestra fascinación. El gato es un niño que
da traspiés para perseguir la cola de un sueño. Mira al vacío, se cuenta un
chiste, sonríe. Por la noche persigue
fantasmas que rondan la casa. Maulla cuando tiene hambre, cuando está
contento, cuando tiene una opinión, cuando no puede dormir. El gato es el loco
del pueblo al que los otros animales sacaron por inútil y que el hombre
recibió. Después le dimos como terapia ocupacional la tarea de perseguir
ratones. Pero el hombre admiró las
transformaciones del gato; pequeños jorobados al sentarse o monitos cuando
trepan los muebles de la casa. Y le recordó también su propia infancia: aún nos
vemos correr sobre el pasto fresco, sentados al sol con los ojos entrecerrados
o cómo buscábamos a la mamá cuando teníamos hambre y cuando jugábamos con los
carretes de la abuela. Entonces le dimos
al gato el privilegio de subir al alféizar de nuestras ventanas, porque es el
único animal que tiene superioridad de niño. Lo admitimos en el arte y su
concentración de loco al admirar las pelusas que flotan la convertimos en
divagaciones filosóficas donde el gato siempre planea y sabe todas las
respuestas del mundo.
Mariana O.
1 dichos:
Tan ellos, los gatos, tan propios.
De haber sido grandes felinos, terminaron siendo pequeños, nobles, enigmáticos.
Publicar un comentario