Alguien
ha salido a buscarme de José Agustín Solórzano
Mariana
Orantes
Un
legendario crítico que hoy en día tienen en alta estima algunos
académicos, menciona en un libro su recuerdo de los tapetes persas.
La forma en la que los tapetes son bordados le hizo reflexionar sobre
el mundo y la literatura. Descubrió que en cada diseño el artesano
coloca a propósito un error diminuto, ya que sólo puede ser
perfecto lo que pertenece a Alá. Los motivos que regresan en el
poema de José Agustín, a pesar de armarse sobre un diseño de
preguntas que se repiten, tienen la bondad de no ser iguales. Si me
piden una definición del poema, puedo decir que es una interrogante
del entorno y de los miedos. Pero lo que quiero dejar claro es que no
son preguntas arrojadas sin más. Construir un poema de largo aliento
es engarzar diversas gemas en un solo collar. La unidad no reside en
el tipo de gema, sino en la construcción total de la pieza. La forma
de pregunta que utiliza José Agustín es joya que une discurso y
ritmo, sirve para dar pie al siguiente verso y a la vez permite
explorar la ambigüedad de la que forma parte toda pregunta. Es árbol
de preguntas como ramas que se extienden y crecen hasta que el árbol
cae por su propio peso.
El
poema lo leí en un libro de Diablura editorial. La edición es de
formato amable para el lector que viaja con frecuencia, hecho con
materiales de buena calidad y un diseño simpático. Lo primero que
noté fue que al reverso decía “José Agustín Solórzano. Músico
y poeta; Diablo tarasco”. Conocerlo después, cerveza en mano, sólo
hizo que le diera la razón. Pero, como dijera Lorca en el homenaje a
Luis Cernuda: “no vengo yo en este momento a esta mesa como amigo
del poeta, ni amigo vuestro, ni a ofrecer este banquete para cumplir
un rito gastado”. Celebro, eso sí, su ritmo definido que va hacia
un estilo propio, marcado y singular, así como sus obsesiones: la
búsqueda de uno mismo, el miedo a la inmensidad y el juicio que lo
exterior hace de nosotros. Es cierto, como en un buen tapete persa,
siempre encontraremos un hilo suelto que nos recuerde que sólo Dios
es perfecto. Sin embargo el poema de José Agustín confirma la
regla: la delicia de leer está en la minucia.
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